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sábado, julio 27, 2024
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Cobra Motorsport aceleraron por Salta y Jujuy

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Desde Purmamarca (Jujuy) – Hugo Gallego, dueño de la fábrica Cobra Motorsport Argentina, viene caminando por la calle de boxes del autódromo Martín Miguel de Güemes con cara de preocupado. Lo entiendo, los frenos de algunos autos están acusando fatiga después de varias vueltas en el hermoso trazado salteño, lleno de subidas y bajadas y con frenadas muy exigentes. Cruzamos miradas y le digo: “Cambiá esa cara, ¿viste dónde están tus ‘criaturas’?“. Me mira, sonríe y me responde: “Tenés razón, es increíble hasta dónde llegamos y todo lo que se viene por delante“.

Esa pequeña muestra sirve de comienzo para esta aventura de cuatro días en el Noroeste Argentino, recorriendo caminos de Salta y Jujuy con los deportivos artesanales fabricados en Pilar. El diario de viaje comienza acá.


DÍA 1 – El Autódromo de Salta

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Aterrizamos en Salta cerca de las 10am. Viajé junto a parte del team Cobra MotorsportJavier “Nemo” DóbaloRegina Salvucci y Dolores García que, además, se convertirían en mi compañía en gran parte de los trayectos. Ellos se encargaron, junto a otra parte del equipo, en ir a buscar los Cobra al camión que estaba afuera del predio del aeropuerto y llevarlos hasta el estacionamiento mientras aterrizaba el avión que traía al resto de los participantes y al anfitrión, Hugo Gallego. Una vez que estuvimos todos, “Nemo” dio una primera charla técnica y emprendimos camino al autódromo de la ciudad de Salta, pasando por un par de lugares turísticos de la ciudad, como el momumento a Güemes. “Nemo” es un montón de cosas que van desde ex marino y casco azul hasta piloto de aviones. Pero también es el encargado de dar los cursos de conducción deportiva a los compradores de los Cobra, para que puedan disfrutar más y mejor de sus autos (ver nota).

El circuito de Salta está un poco descuidado. El pavimento tiene síntomas de necesitar un reasfaltado desde hace un par de años y el pasto alrededor está más largo de lo normal. Los boxes son precarios, con apenas un largo techo de chapas y columnas de hierro cruzado. Pero el trazado es hermoso. Rectas en subida y en bajada, curvas con y sin peralte. Y, en pleno descenso, una olla que da vértigo y mucho más. Quizás sea un poco corto, pero sus tremendos desniveles tienen algo de Interlagos, donde estuve hace poco con Ram (ver nota).

Mientras degustamos unas empanadas salteñas, Dobalo brinda una charla con la idea de los ejercicios a realizar en pista. Quiere que los propietarios de los Cobra aprendan a dosificar el uso del freno, ya que los próximos días recorreremos muchos kilómetros en la montaña y eso será vital.

Terminamos el almuerzo y a la pista. Sale Nemo adelante con una Amarok V6 en modo Pace Car. Irá trazando los radios ideales de las curvas y el pelotón de Cobras lo seguirá. Dato: hay dos colados. Un Triumph y un Jaguar V12. Son amigos de la casa y serán parte de la caravana en estos días.

Todos tratan de ser prolijos y siguen los pasos de la Amarok blanca. Hasta que Dobalo se mete a boxes y los deja libres. Y allí los propietarios devenidos en pilotos se entusiasman. Seamos sinceros: tener pista libre en un autódromo nos emociona a todos y más si estás al volante de más de 400 caballos en apenas 800 kilos de pesos. Los Cobra van y vienen, hay alguna que otra desprolijidad, pero nada grave por suerte. Pero de a poco empiezan a ingresar a boxes con un mismo destino: enfriar los frenos.

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Así, entre detenciones y salidas transcurre la tarde y llega la hora de irnos. Pero antes consigo un casco Talle XXXL (soy cabezón, y qué), y me subo de copiloto de Nemo. Será una sola vuelta pero muy divertida: “Estoy con poco freno“, me grita Javier mientras el V8 ruge por la calle de boxes. Mi cara de “¿y ahora me avisás?” va seguida de una risa y allá vamos. La salida de boxes nos lleva a una recta en subida muy pronunciada que engancha con un curvón amplio que nos termina desembocando en una S en bajada. “Estoy tratando de hacer todo con el menor freno posible”, me grita Nemo mientras tira punta y taco. El V8 debajo del capot brama y el viento en la cara me infla los cachetes. Error: el casco que me prestaron es abierto y no me puse lentes ni antiparras. A esto se le suma que vamos en el Cobra blanco, que sólo tiene un pequeño deflector que hace las veces de parabrisas del lado del conductor. ¿El acompañante? Que se vuele… Completamos la vuelta, volvimos a boxes y partimos para el hotel. Ducha, cena y a dormir que mañana hay más aventuras.


DÍA 2 – Camino a Purmamarca

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Como persona de edad que soy, amanecí temprano y me fui con mi compu bajo el brazo al lobby del hotel, para no molestar a mi compañero de pieza. Desayuné y trabajé un rato hasta que escuché ruidos desde el estacionamiento. Me asomé y la sorpresa fue encontrar una especie de “Bivouac del Dakar”, con el equipo de mecánicos de Cobra trabajando y poniendo a punto los autos, para que todos salieran en condiciones a la ruta. Una purgada de frenos por acá, un ajuste de la selectora por allá y dejar todo en condiciones para rumbear a Purmamarca, con paso previo por el Cerro de los Siete Colores.

La hoja de ruta nos tenía preparada una sorpresa: iríamos por el camino de La Cornisa, un pintoresco recorrido de montaña con curvas y contracurvas en medio de un paisaje muy poblado de árboles y vegetación y con un precipicio acompañándonos. Mi lugar volvió a ser de copiloto en la Amarok, para así poder hacer buenas fotos, incluso bajando en algunos sectores gracias a las posiciones que recuperaba Nemo en la ruta.

En la caravana se destacaba la última novedad de Cobra Motorsport Argentina: el Bristol lleva la misma motorización que el Cobra (Ford V8, 5.7 litros), pero en una versión más tranquila, ya que apenas tiene 300 caballos. Esto hace que sea un auto menos “brioso” y que propone un uso diario. El debut estuvo en las manos de Pamela, esposa de Hugo Gallego, junto a su amiga Gabriela. Las chicas no pararon de hablar ni un minuto en la travesía, a pesar del viento y los ruidos. Porque todos sabemos que cuando hay tema de charla no importa nada.

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El Bristol en manos de la dupla femenina más habladora de la travesía.

Durante la parada para almorzar en un restaurante en Lozano, Jujuy, las caras no sólo no eran de cansancio, sino que había muchas sonrisas. Los conductores y acompañantes no  dejaban de hablar de lo lindo del camino y de la sensación de manejar los Cobra en esas rutas. Seguimos camino para llegar al Cerro de los Siete Colores, con buen sol y luz para hacer fotos y disfrutar de esa maravilla. Mientras subían los Cobra, con sus V8 ronroneantes, varios turistas de a pie sacaban selfies y filmaban a la extraña y pintoresca caravana.

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Desde allí bajamos directo a la plaza central de Purmamarca donde nos recibió la feria con artesanías locales y muchísimos más extranjeros. Una vez más, el ruido de los motores llamó la atención de la gente y se llenó de celulares sacando fotos y selfies para el recuerdo junto a los Cobra. Después de una vuelta emprendimos camino a los hoteles, ya que en esta oportunidad estábamos separados en tres diferentes: ducha, cena y a dormir.


DÍA 3 – Salinas Grandes

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Esta vez el “Bivouac del Dakar” se armó en el hotel donde se hospedaba la parte más grande del grupo. Las revisiones y puestas a punto eran fundamentales. Estábamos a 2.300 metros de altura y el viaje de hoy implicaba tocar los 4.170 metros, en el punto más alto de la Cuesta de Lipán, y bajar a los 3.350 de las Salinas Grandes. Esto para los motores a carburador implica regular muy bien la puesta a punto, ya que hay menos oxígeno en el aire, la mezcla se empobrece rápido y el propulsor se “apuna”. Los motores a inyección lo sufren en menor medida, pero los Cobra llevan hermosos y tradicionales “carburetors”.

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La Cuesta de Lipán también admite fotos y videos a bordo del Cobra.

La Cuesta de Lipán es un sinnúmero de curvas y contracurvas en medio de la montaña. El piso es asfaltado, aunque en varias curvas la parte interna deja mucho que desear en cuanto a calidad y mantenimiento. Ni hablar cuando nos encontramos con camiones que se le animan al recorrido y hay que buscar el lugar justo para poder adelantarlos. Y todo esto mientras subimos hasta superar los 4.000 metros de altura, para bajar nuevamente y llegar a las Salinas Grandes. Se trata de un salar de 212 kilómetros cuadrados de extensión. Un paisaje blanco interminable y liso, aunque con algunas grietas y lugares donde recomiendan no pisar, porque el espesor de la sal es muy fino y corremos el riesgo de empantanarnos en el agua que hay debajo.

El punto de reunión fue un Luxury Camp llamado Pristine. Allí almorzamos bajo una carpa y un sol que pegaba de arriba y de abajo, gracias al reflejo en el blanco piso. Tan fuerte es el sol que los guías en la entrada de las salinas están totalmente tapados con pantalones largos, buzos, capuchas y hasta un protector especial para la cara. Son los que andan todos los días en las salinas.

Luego del almuerzo algunos salieron a dar unas vueltas sobre la sal, en sectores permitidos. No todo el salar es transitable, es algo que nos remarcaron en todo momento.

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Después de algunas piruetas salimos nuevamente hacia la Cuesta de Lipán, desandando el camino hecho por la mañana para volver a Purmamarca. Otra vez la altura, otra vez algunos que se apunaron, pero llegamos todos a los 2.300 msnm de la ciudad jujeña y a descansar.


DÍA 4 – Huacalera

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Último día de travesía. Esta vez nos tocaba una jornada menos exigente. No habría grandes trepadas ni caminos de cornisa. Pero sí una linda ruta entre montañas y valles que nos haría pasar primero por Tilcara y más tarde por Maimará, para finalizar en Huacalera, en la bodega Casa Mocha, para ser más precisos.

Este establecimiento vitivinícola no sólo cuenta con viñedos propios sino que también elabora un vino con las uvas criollas que le compran a los vecinos que tienen parras en sus casas. El enólogo de la bodega se encarga de vinificarlo y vende con un texto en la etiqueta que dice “Pequeños Parceleros de la Quebrada”. Según nos contaban en la bodega, es un homenaje al abuelo del fundador, que comenzó a trabajar en la zona comprando la producción de frutas y verduras a los quinteros y vendiéndola en el mercado de Jujuy.

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Y llegó el momento del final. Unos 220 kilómetros nos separan del aeropuerto de Salta, donde el transporte espera a los Cobra para volver a Pilar, mientras que los pilotos tomarán aviones con destinos diversos. Misión cumplida: los V8 rugieron a lo largo y a lo ancho del NOA. Los conductores y sus acompañantes se divirtieron con los pelos al viento y la cara al sol. Una prueba de fuego para un auto artesanal argentino, cuyas primeras unidades patentadas estuvieron casi todas presentes. El brindis final fue con promesas de volver a las rutas, con diferentes destinos de nuestro país. Todos quieren seguir sacando a pasear sus “Serpientes”.

O.C.

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